Paola Podestá: "Siempre había tenido la inquietud de trabajar grafitis con telas"
marzo 6, 2024
La artista chilena exhibe hasta el 10 de marzo su exposición "La piel de la incomodidad" en Mavi UC. "Cuando los migrantes cambian de lugar se transforman en personas invisibles", dice Paola Podestá, respecto de una problemática que aborda en su muestra. También invita a reflexionar sobre la salud mental y el extractivismo.
Un interesante ejercicio de reflexión acoge el Museo de Artes Visuales, Mavi UC, hasta el 10 de marzo. El interior de ese espacio de Barrio Lastarria se ha transfigurado a través de obras de gran formato, convirtiéndose sus muros en un espejo de expresiones que solemos ver en los exteriores de nuestras ciudades. A través de siete murales textiles, emerge una mirada sensible de una serie de problemáticas sociales actuales.
La exposición se titula «La piel de la incomodidad» y hace justamente referencia a ese coraje de mirar directamente a los ojos a los protagonistas de realidades especialmente difíciles de habitar. Realidades íntimas y personales, como son los trastornos de la salud mental, y también realidades colectivas, como son la situación de migrar y ser parte de una sociedad que observa, con aflicción, el menoscabo del medioambiente.
La artista chilena Paola Podestá (1969) es la autora de «La piel de la incomodidad», un proyecto que concretó gracias al financiamiento de un fondo concursable del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.
Radio Beethoven conversó con Paola Podestá sobre esta exposición, sus motivaciones y su oficio.
Considerando que usted tiene un vínculo con Mavi UC, y ya ha expuesto anteriormente ahí, ¿cómo ve este espacio y por qué le resulta interesante como espacio Mavi UC?
«Me parece que es un espacio que funciona con mucho profesionalismo. Creo que es un punto neurálgico, pues es uno de los pocos que están en el centro de la ciudad, y pienso que la elección,la curaduría para elegir a los artistas suele ser siempre de artistas de calidad, tanto chilenos como internacionales, y puntualmente me interesaba mucho poder, allí, llevar la voz de la región a la capital. De algún modo, exponer las inquietudes que estamos reflexionando otros artistas y que están lejos de las corrientes de las modas».
Entiendo que usted vive en Valparaíso. ¿Hace cuánto tiempo toma la decisión de vivir en esa ciudad?
«Me trasladé a la Quinta Región el año 2000 y, puntalmente en Valparaíso, estoy en el mismo lugar hace doce años. Podrían ser 15, sumando otros tres años que viví en otro lugar. Valparaíso siempre me pareció fascinante; es una ciudad llena de vida, como buen puerto, está abierta a muchas influencias. Si bien Valparaíso es un gran anfiteatro con una arquitectura única en el mundo, también me gustan mucho sus habitantes, conocidos coloquialmente como los choros del puerto y las choras del puerto. Me parece gente muy entretenida; me gusta porque es gente que tiene voz y no siente que podrían tener menos opinión por tener menos plata, por ejemplo. Me gusta que la gente se exprese y que los escuchen. Encuentro genial eso, me gusta esa convivencia que surge del diálogo».
Valparaíso tiene muchas singularidades, partiendo por su expresión urbana, que es fruto de la geografía y de la forma de habitar, pero también tiene una riqueza muy singular en la cultura de los porteños. Todos es, de algún amanera, único: existe una orquesta de guitarras eléctricas, existe una actividad musical muy vital y también existe una cantidad increíble de publicaciones. Es el lugar donde se publican más tipos de documentos, entre fanzines y libro autoeditados. Es una ciudad con una vitalidad cultural única y siempre un poco al margen, como siguiendo sus propios caminos.
«Es muy interesante, porque viven muchos artistas acá. En mi mismo edificio, que es un edificio remodelado, somos tres artistas: una escritora, un músico y yo (ríe). Y al frente hay una música, una vitralista y una diseñadora. Tu barrio son los artistas, entonces es muy interesante porque los artistas sabemos vivir de un modo en particular que tal vez sea un poco más silencioso en lo público, pero hacia el interior hay todo un mundo que se es como un andamiaje para la creatividad, y eso es súper entretenido. Es como un círculo virtuoso».
¿Le puedo preguntar en qué sector de Valparaíso vive?
«Sí. Vivo en el Cerro Cárcel, entre el Parque Cultural y la Plaza Bismarck. Es un barrio más residencial, que tiene algo de turístico, un poquitito por el parque, un poquitito por los cementerios, pero sigue teniendo esta cosa más de barrio, de que uno ve a los vecinos, sabe quiénes son, los saluda, conversa con ellos en el negocio de la esquina. Eso está. La vida de barrio está acá y eso me encanta. Me recuerdo de cuando también había vida de barrio en Santiago, que ya casi no queda».
Hay un elemento muy prolífico en Valparaíso, que es el arte callejero y tiene que ver con el muralismo y con el grafiti, que para muchas personas se transforma en una señal de alarma en el sentido de que hay reclamos y muchas veces es visto incluso como algo sucio. ¿Cómo es para usted convivir con esta expresión artística callejera, y no sólo convivir, sino que esto se convierta en parte de su de trabajo, en uno de los elementos con los cuales usted trabaja»
«Para mí, el grafiti siempre ha sido súper interesante. Entendiendo el grafiti como los murales, que son representaciones visuales como podría ser una pintura, pero también los bombardeos que son estas letras difíciles de entender y de leer, y también las firmas, que son estos rayados que no se entienden mucho. A mí, en particular, las firmas no me gustan mucho, pero sí me encantan los bombardeos, que a la gente probablemente no les gustan mucho porque no los pueden leer, o sea, hay algo de frustración en no poder abordarlos y en quedarse afuera de la experiencia estética. Yo siempre había querido trabajar bombardeos con tela y pintar de otra manera que no fuera con pintura. Me gusta mucho también la fuerza que tienen estas expresiones porque, dentro de todo, muchas de ellas tienen un componente ilegal, que es lo que yo creo que le molesta a la gente, como de un día levantarse y ver que te rayaron tu fachada, y en todo caso eso, que también me ha pasado, puedo entenderlo. Hay obras espectaculares, tanto bombardeos como murales, pero también hay algunos rayados de personas que están empezando, y bueno, ése es el riesgo que se corre por vivir en una ciudad como Valparaíso: las personas están empezando y tienen que ir tomando su experiencia, porque el arte callejero no tiene la escuela académica de la universidad, sino que es algo que va mejorando en la medida en que se va experimentando. Entonces son ambas cosas al mismo tiempo, y uno encuentra mucho ruido visual a veces, y también encuentra joyas. Tal vez uno, como creador, que ha visto mucho, en un boceto de alguien que está empezando ve la potencia de una idea y se nutre de eso también. O sea, la cultura es móvil y se alimenta mutuamente hacia y desde. El movimiento que toma el grafiti y llega a la sala de arte, al cubo blanco, se llama post grafiti, y muchos de ellos son artistas del street art que entran a la galería por un tema comercial, y que tiene su espacio experimental en la calle».
Claro. El artista formado en la academia dice en algún momento ‘Estoy listo para exponer’. Acá es al contrario, lo que se dice es ‘Voy a partir haciendo, voy a ejercitar in mediatamente’. Son dos caminos muy diferentes.
«Sí, es genial. Lo encuentro muy entretenido, porque yo sí vengo del mundo de la academia, pero elegí vivir en este lugar y siempre me he sentido muy inspirada por esa arquitectura, la gente, los murales, el modo de vida que hay acá, entonces yo digo ‘Yo también puedo hacer lo que hacen los artistas del street art que hacen postgraffiti’. Porque sé cómo hacerlo, conozco los códigos del mundo más oficial y también me encanta la energía de este arte más espontáneo y que es muy valiente, además, porque es un arte que se atreve a decir lo que todos callan un poco. Entonces me parece interesante esa bisagra que une los dos mundos».
Para «La piel de la incomodidad», que se expone en Mavi, decidió trabajar con toda esta tradición del grafiti, en particular de los bombardeos, pero con géneros y a través del patchwork. ¿En qué momento decide trabajar así? La idea es trabajar con textiles para llegar a un resultado que interviene un museo totalmente, como si fuera un exterior, pero interior, ¿no?
«Sí, tal cual. Son como tatuajes en la piel del museo. Yo había trabajado con textiles anteriormente, en dos oportunidades, pero haciendo propuestas distintas. Durante mi carrera he ido experimentando distintos medios y soportes, para ir reflexionando, tanto en el ejercicio matérico como en las ideas. Por lo tanto, voy cambiando bastante de medios. Pero siempre había tenido la inquietud de trabajar grafitis con telas. De hecho, hay una parte de esas ideas que se quedó afuera, así que capaz que vean por ahí una nueva saga de toda esta relación con el grafiti y los grafiti hechos con textiles. Siendo yo escultora y teniendo una formación tridimensional, escultórica y matérica, el principal desafío era pintar con los materiales en sí mismos. De alguna manera, trabajar con el color que tenían los materiales, y cómo con esos materiales yo lograba los mismos efectos que en la pintura. Por ejemplo, los degradados, pasar de un color a otro, o las texturas, cómo lograba dar luces y sombras con un material que es plano y liso. O cómo ocupaba y hacía dialogar los distintos patrones de los distintos géneros estampados, que en algunos casos era ropa reutilizada, y en otros casos eran telas intervenidas a través de procesos textiles de decoloración, coloración, etcétera, que son procedimientos propios del mundo de los textiles, de la manualidad del textil, no del textil industrial».
En la exposición hay siete tapices en gran tamaño. Los materiales con los cuales trabaja son géneros y ropa reconvertida además de intervenciones sobre textiles. No hay una mezcla con otros soportes, ¿no?
«No, es sólo textil. La idea, que es algo que he estado explorando en toda mi carrera, es un poco la desmaterialización de la escultura. Por un lado, de los materiales tradicionales de la escultura, entiéndase la madera, la piedra y el bronce, que son materiales pesados, difíciles de manipular, caros de trasladar, difíciles de bodegar. Y experimentar con materiales que me permitan una circulación más simple y más barata: Entonces, he trabajado de maneras en que he podido circular con una cierta independencia que me ha permitido llevar una exposición en city car. Se trata de buscar esa independencia, porque el típico problema que tienen los escultores es que deben tener talleres gigantes con puertas enormes, porque si tú trabajaras en un departamento, por ejemplo, no te salen las esculturas por la puerta. Entonces generalmente termina siendo un galpón y termina siendo una cosa súper industrial, hay condicionamientos espaciales. He tratado de torcerle un poquito la mano a esa precondición que tenemos los escultores. Me tincó mucho esta idea de hacer unos textiles que se puedan enrollar como si fueran una alfombras, doblarlos, meterlos en una maleta y mandar una obra. Así de simple, muy fácil y en términos como de papeles, que no haya objeciones. Simplificar, así, todo el proceso, no sólo en la creación, sino en el traslado y el bodegaje. Que todo eso sea simple. Y en este trabajo en particular recuerdo mucho la obra de Eugenio Dittborn, las aeropostales. Sólo que él trabajaba en entretela que es una tela rígida, dura, que se ocupa debajo de la ropa para ponerla rígida. Entonces él dobla, le hace un plegado industrial y los mete en unos sobres, y ésa fue la manera que él tuvo de circular a través del mundo, y fue una manera genial, porque ésa es la barrera para la internacionalización de los artistas».
En la obra de Eugenio Dittborn también es fundamental el momento que se está viviendo, el entorno y la situación política. También hay un mensaje político importante en esa «salida» del arte del país, y en su circulación en el extranjero. En su trabajo, en lo que vemos en «La piel de la incomodidad», también hay una mirada que sí contiene una actitud política con respecto a la sociedad y también con respecto a otros temas que son complejos y que nos atañen a muchas personas hoy en día.
«Sí, claro».
Hablemos de La fila invisible, que es una obra bien impactante. ¿Usted me podría comentar de cuál experiencia personal proviene?
«Sí, claro. Yo vi La fila invisible. Era el año 2018 y yo tenía que tenía que levantarme muy temprano por mi trabajo, y a las 06:40 horas partía hacia Concón. Cuando cambiaron la hora, seguía oscuro en la mañana y fue justo el período en que estaba migrando las personas haitianas a Valparaíso. Entonces había unas pocas personas agrupadas afuera de la Intendencia, esperando que abrieran, haciendo fila como para de alguna manera reportarse, decir ‘Somos tantas personas en esta familia’, para hacer la parte legal de la inmigración. Y, de repente, de un día para otro, en unas pocas semanas, esto se transformó en una fila de 50 personas. Entonces yo pasé por ahí, al lado y, como todavía estaba oscuro, vi ropa flotando. Y me dije ‘Esto es una obra’ y en ese mismo momento dije ‘Se llama La fila invisible‘. Y es un poco reflexionando en torno a cuando los migrantes cambian de lugar y se transforman en personas invisibles, en NN, en indocumentados, en personas que tienen que revalidar su yo. Migrar es complejo por lo mismo, es dejar todo tu pasado tu estatus, tus afectos, tus objetos, y dar el salto al vacío a un futuro incierto, pero siempre con la esperanza de que vas a estar mejor. A mí esto me tocó mucho porque mis abuelos llegaron de Italia en 1931 y me vi muy reflejada en esa actitud de querer buscar una mejor vida en otro lugar, pero siempre tener instalada la nostalgia en un lugar distinto. Siempre las generaciones posteriores se hacen cargo de eso, quien inmigra solamente lo padece. Me tocó mucho, y pensé que me gustaría poder colaborar en visibilizarlos. Es un gesto muy pequeño y probablemente no cambie el estatus de los migrantes, pero me interesaría, por lo menos, que la gente que en las personas haitianas vea solamente personas en situación de pobreza, vea también que hay personas preparadas que vinieron a integrarse a la fuerza laboral y también, por supuesto, personas que han tenido menos oportunidades y que uno las ve en la calle. Me gustaría que las personas pudieran tener otra conciencia cuando se vinculan con los haitianos. Es nuestra responsabilidad también incluirlos».
Es impresionante que ese valor de hazaña que tiene el acto de emigrar y todo el sacrificio que implica, todo el abandono de sí mismo que implica, tiende a ser valorado culturalmente en la sociedad chilena, cuando se trata de gente que llegó en el siglo XIX e incluso a inicios del siglo XX, pero cuando es más reciente parece que no tuviera ninguno de esos valores. Es muy raro cómo se ve eso.
«Sí. De alguna manera existe siempre una desconfianza. Todo migrante fue maltratado cuando recién llegaron a los destinos. Es cierto, las historias familiares narran historias tristes, y la historia de Chile está llena de historias tristes. Lo mismo de Capitán Pastene, que los engañaron para llegar. Hay una pequeña distinción; la migración es cuando el migrante migra por sí mismo, por su propia voluntad. En cambio, la inmigración es inducida, cuando aprovechándose de la situación de la cual escapan los migrantes, les venden una especie de tour para llegar a otro lugar y llegar bien, y generalmente los engañan. Hay una pequeña distinción ahí entre migración e inmigración, que un proceso es individual o personal y el otro es a través de un tercero».
La diferencia estaría entre esa institucionalización, que muchas veces se da a través de empresas y con estafas.
«Institucionalizado, pero finalmente es un negocio y generalmente se engaña a la gente. En Capitán Pastene, a toda la gente la engañaron. Y ellos lo conmemoran todos los años, el primer sábado de marzo, y celebran la tristeza del haber llegado a una tierra que realmente no era lo que les habían ofrecido. Sin embargo, a pesar de eso, Capitán Pastene es un pueblo maravilloso en la mitad de la Araucanía, donde se produjo una gran fusión ítalo-mapuche. Es como meterse en una máquina del tiempo y ver cómo era Italia hace 150 años».
El que decide emigrar, salir de su país, tiene una conciencia clara de que adonde llegue tiene que hacerlo lo mejor posible porque se va a encontrar con barreras significativas. Mis bisabuelos se vinieron a fines del siglo XIX y, como venían del sur, viajaron hasta Génova para poder salir estampados del norte porque en algunas partes de América, ya en esa época les ponían barreras a los barcos que venían del sur. Entonces se disfrazaban de genoveses, se disfrazaban del norte para ser mejor recibidos También hay mucho de disfraz en esta exposición suya, «La piel de la incomodidad», ¿no? Porque los textiles son una manera de presentar temáticas complejas, un poco en códigos, tal como sucede con los grafitis.
«Ríe. Genial, nunca me habían hecho esa pregunta. No sé si realmente la palabra es disfraz. Yo diría que en todo mi trabajo hay un sello que yo tengo y es que uno realmente muestra una cosa, pero el significado es bastante más velado. Trato de trabajar un poco al límite con eso, para que el espectador o espectadora vaya entrando de a poco en la obra. Los semiólogos decían que la obra de arte es como una cebolla, que tú la vas pelando en la medida de la información que tú tienes. Entonces, ¿qué hace el museo? El museo te pone el texto mural, te pone la reseña informativa de cada obra, y uno puede ir con su experiencia, que normalmente es poca, y luego tú puedes investigar un poco más del artista, puedes ir preparado. Evidentemente la fuente directa es el artista, entre medio están los curadores, los periodistas. Es como una cadena que está pensada para ir pelando esta cebolla y llegar al corazón de la obra. Siento que siempre un velo de misterio en la obra es algo bueno, porque uno no puede dar las cosas peladas. Tiene que haber un grado de involucramiento del espectador y, si no, pasaste por arriba nomás. Esto es una invitación a entrar, por eso mis obras suelen ser muy llamativas en una primera instancia, como un pequeño anzuelo. Pero es un anzuelo para invitar a entrar a los temas más complejos, sin duda».
Hay como dos caras de una misma moneda, en el caso de Inmaculada y Fracking, ¿no?
«Todas tienen su doble lectura, porque Inmaculada se presenta como un atardecer plácido en la Cordillera de los Andes, en Santiago, como la imagen de los fósforos Andes, esta cordillera majestuosa, nevada, en un día precioso. Sin embargo, es inmaculada porque todavía a nadie se le ocurre que hay silicio u otros mineral que haya que explotar, porque el día en que eso ocurra vamos a dejar de verla, como ha pasado con mucho patrimonio natural. En el fondo, es qué ha desaparecido o ha sido alterado en la modificación del paisaje, en nombre del progreso. Es preciosa, pero ¿cuánto durará? Es un poco eso, éste es el paisaje bonito que todavía nos queda, ¿cuánto más va a durar? Entonces tiene esa carga, se ve como inocente el trabajo, pero la verdad es que no lo es tanto».
En Fracking también veo una cordillera, que está medio descompuesta ya, ¿o es idea mía?
«La verdad es que no hay una cordillera ahí, es más que nada patrimonio industrial. Son estructuras industriales en las cuales se apoyó la modernización del país en el siglo pasado. Son tecnologías que van a ser erradicadas prontamente con las nuevas políticas de energía sustentable. Tiene que ver con eso, con lo que nos hizo el siglo XX, que fue llegar hasta el punto en que estamos hoy, pero también con algún costo para la naturaleza».
Entonces fueidea mía, yo estaba segura que había una cordillera y me encantaba que se deshiciera en el suelo, como derritiéndose, como una mancha.
«En todo caso, sí suelen haber cordilleras en los asentamientos industriales donde se trabajan los combustibles fósiles, de todas maneras. Así que es intuitivo; es totalmente acertado, si bien no era mi intención».
La exposición «La piel de la incomodidad» termina en Mavi UC el 10 de marzo. Luego, ¿qué viene? ¿En qué está trabajando ahora?
«Estoy preparando un mural para el Día de la Mujer. Me invitaron a la residencia muralista de CV Galería en Santiago. En un día tengo el desafío de hacer un mural. Me dieron todas las libertades y quiero trabajar sobre la exploración del placer femenino en el orgasmo. Es el 8 de marzo, en un pequeño edificios de oficinas en Alonso de Córdova con Kennedy, que tiene tres galerías; la Isabel Aninat y dos salas CV Galería, y en una de ésas voy a estar pintando».
¿Qué les diría usted a los auditores de Radio Beethoven para que asistan a ver La piel de la incomodidad? ¿Qué tipo de experiencia van a vivir?
«Vayan a ver mi exposición llamada ‘La piel de la incomodidad’ en el Mavi UC. Se encontrarán con siete murales textiles de gran escala donde se abordan temas sobre cómo estamos viviendo a comienzos del siglo XXI, y se tocan temas incómodos, como el extractivismo, la modificación del paisaje y la migración, y algunos otros temas que están en crisis, como por ejemplo la salud mental o el feminismo, pero de un modo estéticamente bien impactante, bien distinto, donde me inspiro en el street art que hay en Valparaíso».
La salud mental está en la obra Pánico, ¿no? Los patines que están colgando de la figura son alarmantes,
«(Ríe). Sí. Estamos en pánico. Los índices de salud mental reventaron para la pandemia, ya un 25% del mundo sufre algún trastorno en la salud mental, y esos son los que se atreven a diagnosticarse, yo creo que es mucho más alto. Creo que es cada vez más la gente y creo que también es importante visibilizar, hablar de la salud mental, decir ‘Yo sufro de este tipo de trastorno’, que en mi caso son trastornos de la ansiedad. Ese trabajo es uno de los más autobiográficos que yo tengo; las tres personas que aparecen ahí soy yo. Y me he sentido muchas veces muy fragilizada y con miedo de tener que dar explicaciones sobre cómo me siento, pero provoca mucho alivio saber que hay mucha gente que se siente igual. Así que es un regalo a todas las personas que se sienten así. No estamos solas ni solos».
La tensión que generan esos patines es sencillamente desesperante.
«Sí, claro. Es sentirte totalmente blindada, pero en el fondo tener pies frágiles. Es un poco esa la sensación que uno tiene. Pero hay que conversar, hay que hablar porque somos muchos y entre todos podemos apoyarnos».
Coordenadas «La piel de la incomodidad» de Paola Podestá. Hasta el 10 de marzo, en Mavi UC (Lastarria 307). Martes a domingo, entre 10:00 y 18:00 horas. Entradas: $2.500 entre 19 y 64 años de edad | $1.000 entre 13 y 18 años | Gratis: menores de 12 años, mayores de 65 años, personas en situación de discapacidad y universitarios.
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