Mario Lagos y el Palacio Pereira: el arte como ejercicio de memoria
febrero 11, 2022
Por 13 años trabajó en las ruinas del monumental edificio, y ahora exhibe en ese mismo lugar parte de los libros de artista que elaboró entonces. "La memoria tiene un peso que nos cae encima a todos", dice.
En los años 50 y 60, allí funcionaron dos liceos, y a inicios de los años 70, albergó a diversas organizaciones estudiantiles. Entre 1973 y 2011 fue propiedad de dos inmobiliarias; por algunos años fue subdividido y arrendado como locales comerciales, pero la mayor parte de ese tiempo estuvo sencillamente abandonado.
El imponente Palacio Pereira, que fue construido entre 1872 y 1874 por el arquitecto francés Lucien Hénault, estuvo casi cuatro décadas deteriorándose. Ubicado en la esquina de San Martín y Huérfanos, es uno de los pocos edificios que ha sido declarado dos veces monumento nacional; la primera determinación, de 1974, fue derogada al año siguiente, y en 1981 obtuvo otra vez esa protección legal.
Aunque hubo cerca de una decena de proyectos de intervención, recién cuando el Estado lo adquiere, en 2011, se diseña una hoja de ruta que finalmente se concreta, y lo convierte en un espacio para la ciudadanía. Entre 2016 y 2019, es restaurado por un equipo liderado por Cecilia Puga y las ruinas se transforman en un centro de extensión dotado de salas de exposiciones, un punto de préstamo y lectura de Bibliometro, un auditorio y oficinas. Allí se instalará parte de la institucionalidad patrimonial del Ministerio de las Culturas y allí también está trabajando, hace meses, la Convención Constituyente.
Asimismo, hasta el 28 de febrero se exhibe en el Centro de Extensión Palacio Pereira, una singular exposición que le da un nuevo significado, a través del arte, a la historia de abandono que protagonizó este monumento nacional.
Se titula «Principia. Libros de artista de Mario Lagos» y aborda el trabajo que realizó este artista dentro del Palacio Pereira entre los años 1995 y 2008. Durante esos trece años, instaló un taller en medio de las ruinas, y desarrolló una obra justamente con foco en la memoria. Hemos conversado al respecto con Mario Lagos.
¿Cómo llega usted a convertir las ruinas del Palacio Pereira en su taller?
«Bueno, yo volví de Alemania a fines de 1994. Viví diez años en Europa; en Barcelona, Berlín y Frankfurt, y allá hice varias exposiciones y tuve mucho contacto con la pintura alemana, sobre todo Anselm Kiefer, Joseph Beuys, que son como mis grandes maestros en cuanto al rescate, la memoria, la materialidad de la pintura, etcétera. Entonces llego acá y un amigo que es artista también y que tenía su taller en el palacio, me conecta con Raúl del Río, que era de la constructora, es decir, eran los dueños, y Del Río me deja un espacio para que trabaje. Fue muy generoso él y así es como llegó ahí, llego gracias a él. Y ahí empiezo a construir esta idea, aparte de mi pintura, hacer una serie de estos libros, influenciado por Anselm Kiefer, con materiales, con la memoria, con el objeto. Yo veo que todo esto se está cayendo, que está perdiéndose y lo voy integrando a una idea de la historia humana, una especie de mitología. Son cinco libros, que se llaman Liber Mundi. Son libros pesados, cada uno pesa 30 kilos, y tienen mucha materialidad. El libro primero es el origen del mundo, el génesis, el segundo es el libro del diluvio y es el que se está exhibiendo en el palacio, el tercer libro son las culturas humanas, cómo el posmodernismo y todo lo que es del desecho, la intemperie de la que habla el filósofo Peter Sloterdijk hacen la materia, o sea, cómo desde la materialidad podemos ascender a un mundo espiritual de nuevo. Yo hago ese juego, pero a partir de culturas antiguas, teorías de Rudolf Steiner, me meto con mitología, etcétera. El cuarto es el libro del fuego, y el quinto es el libro de la luz. Son cinco tomos, son muy grandes, y rehacen esa obra en el palacio, con arenas, con pedazos, con folletos que encontré en la época del 73… Voy armando estos grandes compendios con cartones, trapos, etcétera. Ésa es la idea de la obra».
¿Qué folletos encontró de 1973 e incorporó a sus libros de artista?
«Panfletos que encontré, recortes, porque yo recorría el palacio y encontraba pedazos de diarios y panfletos. Por ejemplo, de la época del 73 había panfletos del MIR, y yo ocupé ciertas cosas. Con arenas, más pigmentos de tierra de ahí, pintaba las páginas. El libro se hace con la técnica clásica, con la costura, y desde ahí ocupar la materialidad, como el Informalismo, el Art Brut francés, es como eso. Entonces los libros son un cruce de casi todas las técnicas de la pintura occidental. El palacio era como una especie de útero que me dio la posibilidad de armar esa obra, con una serie de fotografías inéditas, que espero más adelante hacer algo con todo ese material, yo armo el libro justo donde está la galería del Centro de Extensión del Palacio Pereira y que es la cruz del palacio. Yo ahí armé los libros, es algo bien simbólico».
Antes de profundizar en sus libros de artista y en esa tradición, usted me habló de Anselm Kiefer y de Joseph Beuys. ¿Puedo conocer en persona a Kiefer? Imagino que a Beuys no, porque murió en los años 80.
«Yo llegué y había muerto hace un año Beuys, no tuve ese privilegio. Estuve en Düsseldorf, conocí a uno de sus discípulos, Klaus Staeck. Pero fui al taller de Anselm Kiefer en Odenwald, un pueblo en Hessen, y lo que me marcó para siempre fue que él tenía un riel de iba desde su taller a la estación de trenes de Odenwald. Imagínate la cantidad de materialidad que él trabajaba; cerros de paja, tenía carbón… No estaba él, tampoco era llegar e ir verlo, pero me acuerdo que vi su taller, su espacio, y todo eso me impresionó mucho».
Profundicemos en eso. ¿Qué es lo que le impresionó de cada uno de ellos? ¿Cómo lo marcó la obra de Anselm KIefer?
«El contacto con la mitología y, sobre todo, la materialidad de la pintura, cómo nos puede llevar a un aspecto espiritual algo denso, algo que tiene peso, algo que tiene materialidad. Eso me llamó siempre la atención en Kiefer, en su trabajo con la memoria de Alemania y con la historia del mundo, del Orión».
¿Y en el caso de Joseph Beuys?
«Beuys es fundamentalmente la idea de que todo puede ser arte. El ampliar el concepto artístico, no sólo es la pintura que se cuelga o la fotografía. Él trabajó los materiales como sustancia y dijo su famosa frase ‘Cada hombre puede ser un artista’. A mí eso me motivó a armar yo una obra, o sea, hacer un libro. El palacio estaba lleno de objetos, o sea, pedazos de molduras, pedazos de madera, y Walter Benjamin dice que recobran su aura al ocuparlos nosotros, y eso a mí me motivó mucho. Trabajé con recortes y con técnicas que tienen que ver con el pop, con el estilo de Robert Rauschenberg, de ocupar fotografía, fotocopias, dibujos. Es un palimpsesto, son capas sobre capas, y esas capas son las hojas, entonces tú vas pasando de una historia a otra. Los libros son grandes porque la memoria tiene peso, y eso está en lo físico. Con el libro, que es tan pesado y grande, yo aludo a ese espacio, a algo olvidado y también a ese peso en la memoria que nos cae encima a todos»,
Hablemos del libro de artista, como práctica. ¿Dónde encuentra usted sus antecedentes históricos y por qué decide seguir ese camino? ¿Decide hacer libros de artista porque estaba trabajando en un entorno en ruinas, o siempre le habían interesado los libros de artista?
«Lo vi en Alemania, primero que todo, con los libros de Anselm Kiefer. Pero siempre me llamó la atención el impacto en la historia de los grandes movimientos de la pintura cuando partían. Por ejemplo, tenemos a los italianos, el Futurismo, Fortunato Depero que sube al Duomo de Milán y tira hojas; ellos hacen libros con objetos, hacen compendios, los hacen a mano. También el Futurismo Ruso trabaja con la materialidad y con volver a hacer un objeto único. Esos movimientos, el Futurismo Ruso, el Futurismo Italiano, me marcaron mucho, y el Dadaísmo alemán también. Ocupo el collage, la pintura, el dibujo, garabateo, escribo notas… Es algo que yo saqué de la pintura de principios del siglo XX y también de William Blake, el gran místico y poeta inglés que trabajó el libro y pintó los sueños, pintó sus poemas. Es un gran visionario y también me influenció mucho su obra».
Y en el caso de la tradición chilena de los libros de artista, pensemos por ejemplo en el trabajo de Guillermo Núñez. ¿Cómo se inserta usted en la realidad artística chilena?
«Conozco los libros de Guillermo Núñez, lo conozco a él y es extraordinario. También Guillermo Deisler ha hecho libros. De chilenos hay grandes cosas, está Cecilia Vicuña, con Sabor a mí, que es de los años 70. Está Juan Luis Martínez, poeta, y que hizo libros de artistas. También me ha influenciado la obra de Enrique Lihn, Derechos de autor. En Chile hay grandes referentes, yo diría que incluso a nivel latinoamericano ha sido muy fuerte el libro de artista. En los años 60 y 70, costaba hacerse un libro, entonces muchos poetas y escritores, se hacían sus libros. Creo que yo tomo esa corriente, pero desde las artes visuales voy uniendo lo que es la pintura y la poesía, y voy haciendo esos cruces. En cierta medida, escribo con imágenes».
Volvamos al Palacio Pereira, ¿cómo fueron esos trece años en las ruinas? ¿Cómo era su jornada? ¿Iba todos los días, se quedaba por varias horas?
«Claro. Bueno, estaba mucho más joven, tenía 20 y tanto, 30. Estaba con mucha energía. Me iba en las mañanas, volvía en la noche, no me quedaba ahí. A veces me quedaba, pero trabajaba durante el día. En invierno era frío y en la parte interior del palacio que ahora es un galería, donde está la cruz, ahí yo tenía unas mesas donde tenía los libros y ponía una estufa en invierno. Y cuando era verano y estaba fresco, en esa parte de la cruz es donde poníamos música de ópera, de Verdi, y retumbaba. Era una cosa maravillosa, o sea, era realmente una obra aparte. Pero en general estaba durante el día y cumplía un horario bien riguroso. No había día que no fuera».
¿Cómo es para usted ver ahora la exposición instalada en un Palacio Pereira restaurado y transformado en u espacio para la ciudadanía, con áreas de exposiciones, un punto de préstamo de Bibliometro, y con la Convención Constitucional trabajando?
«Es algo impresionante. Hablamos una vez con el director de la Biblioteca Nacional, y me dijo ‘Mario, tú hiciste el archivo en los 90, te adelantaste’. Y es interesante eso, porque en los años 90 había una idea de derrumbe, de echarlo abajo; no se compró para hacer una exposición ahí, sino que se compró para hacer una torre. Yo no sabía que después de 20 años eso iba a ser el Archivo Nacional. Y además se está haciendo una Constitución allá. Es increíble cómo el arte se adelanta. Yo, 25 años atrás, hice el libro, y ahora están haciendo el libro de las leyes de Chile. Para mí fue muy emocionante verlo, fue fuerte cuando entré, me emocionó. Las imágenes pasaban por mi cabeza, me acordé de mis hijos, que eran pequeños y jugaban ahí. Muchas imágenes pasaban por mi mente, recuerdos, memorias, y verlo ahora tan limpio y luminoso, que yo creo que es como es un templo, y en cierta medida cierra un ciclo en mi vida también, con el libro».
Hace algunos días usted ofreció una visita guiada, con público. ¿Qué le llamó la atención de lo que le preguntaron o comentaron?
«La gente me preguntaba cómo estaba ahí, si estaba solo, qué comía, que hacía ahí. Sobre todo me decían ‘¿cómo podías estar en ese lugar tan abandonado?’. Yo les decía que cuando uno tiene una idea fija en la cabeza, como creador, como artista, eso te da esta energía. Había historias de fantasmas, de que se abrían puertas, los cuidadores contaban, que se sentía que corrían por el segundo piso. Yo nunca sentí cosas así, pero estaba lleno de historias ese palacio. Lo que más me preguntaban era cómo podía estar haciendo esa obra en un lugar así, en ruinas, si no me daba miedo. Les dije que no, porque ponía música, tenía unos focos y además el hecho de estar en contacto con la obra, creándola te da una energía. Es como la música, que te da vitalidad».
Leí en una entrevista que dio a The Clinic justamente que usted ponía ópera en su taller, en medio de las ruinas. ¿Cómo es su relación con la música? ¿Escucha Radio Beethoven?
«La escucho siempre. Yo siempre pongo la Beethoven y me gusta mucho y encuentro una maravilla que se haya salvado esa radio, eso para mí fue muy importante. Yo me acuerdo que en los años 90 ponía la Radio Beethoven y la dejaba, y después ponía mi música también, cosas que me traje de Alemania, me gustaba mucho el techno cuando salió, y eso lo mezclaba con la música clásica. Mezclaba todos esos mundos, y se generaban unas atmósferas bien increíbles».
Mario Lagos Bravo (1959), estudió Artes Plásticas en la Universidad de Santiago y Publicidad en el Instituto del Pacifico. Entre otros reconocimientos, obtuvo mención honrosa en la exposición «Por los Derechos Humanos» de la FEUC en 1985, fue becado por la Galería Arte Actual entre 1991 y 1992, y fue invitado a exponer en Frankfurt en 1992, además de obtener el premio de la crítica en la Bienal del Libro de Artista de Treviso en 2011.
«Lo más importante es cómo el libro tiene un cuerpo y cómo yo quería hacer algo único, ir contra la reproducción mecánica y ahora electrónica, que habla Benjamin, no es cierto, de reproducción mecánica de las fotografías, de los objetos, de todo. Quería hacer algo único, y el libro es un ejemplar único. Ésa era una gran motivación mía, un objeto único y abierto al público».
Usted me comentó que tomó muchas fotografías en esos trece años, dentro del Palacio Pereira en ruinas. Me dijo que las ha incorporado en los libros de artista, pero esas fotos podrían tener más destinos artísticos también, ¿no?
«Claro. Tengo un gran proyecto de hacer un libro con todo ese material fotográfico. Son 60 páginas, o folios, por cada libro, si los sumas son 300 páginas en total la obra. Son 600 o 500 imágenes, más las fotografías, hay un material enorme, muy grande. Las fotografías también porque son auténticas y son tomadas con cámara análoga, y quedaron como un archivo, incluso ahora hay un libro de arquitectura que va a salir y tengo ahí unas fotos del palacio porque no tenían imágenes. Es un registro y como dice Walter Benjamin, mi autor preferido, es la manera que tenemos de recobrar la memoria. Si no fuera por la fotografía, él dice, desaparecería».
¿En qué proyecto está trabajando actualmente?
«Ahora estoy con una exposición que hay que llevar para Santa Cruz de la Sierra. La galería se llama Manzana 1 y es un espacio antiguo, una casa muy grande, muy bonita, y voy a llevar parte de los libros y pinturas. Es en agosto, y la idea es que una paisaje con archivos, como el atlas del que hablan Aby Warburg y también Gerhard Richter, que son autores alemanes que a mí me inspiraron. La idea de atlas es como mirar el paisaje americano, chileno, y ahí está la historia, un paisaje que está cruzado transversalmente con imágenes de la posmodernidad, del derrumbe, de las protestas, de la migración, pero con el tratamiento del paisaje clásico. En eso estoy ahora».
Si tuviera que invitar a los auditores de Radio Beethoven a ver su exposición en el Palacio Pereira, ¿qué destacaría
«Que la exposición es una gran oportunidad para conocer ese palacio. Se puede hacer un recorrido en la planta baja. Creo que es una experiencia que cualquier persona en Santiago no se debe perder».
“Principia: Libros de artista de Mario Lagos”. La muestra reúne parte de los cinco tomos de libros de artista que desarrolló entre 1998 y 2013, además de fotografías inéditas y objetos. Se exhibe hasta el 28 de febrero, en la Galería en Cruz del Centro de Extensión Palacio Pereira (Huérfanos 1515, metro Santa Ana). Abierto de 10:00 a 18:00 horas, de martes a viernes, y de 10:00 a 15:00 horas, el sábado. El acceso es liberado, con pase de movilidad.
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