Cerca de cumplir 89 años, el Premio Nacional de Arte 2019 sigue igual de activo. "El arte es la vida, de modo que todo continúa, con dificultades correspondientes, pero hay que superarlas", dice, y revela fe la juventud y pasión por el jazz.
En 2019 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas, y su larga trayectoria ha sido fecunda en un cuerpo de obra que lo sitúa como una de las voces más distintivas de la escena nacional. Pero Eduardo Vilches (1932) también ha sido un formador particularmente fecundo. Entre sus ex alumnos se cuentan decenas de creadores y pensadores del arte que tienen una personalidad distintiva: Carlos Gallardo, Arturo Duclos y Mario Soro, Mario Navarro, Mónica Bengoa y Cristián Silva Soura, por nombrar alguno. Profesor emblemático de la Escuela de Arte UC, en 1999 fue nombrado Profesor Emérito de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Por estos días, Eduardo Vilches es protagonista fundamental de dos exposiciones presenciales en Santiago. Cada una de ellas da cuenta de un aspecto relevante de su carrera, por lo demás. En el Centro Cultural La Moneda, los talleres que ejecutó en 1971 con niños de la población Víctor Domingo Silva son uno de los pilares de la ambiciosa muestra «Grabado: Hecho en Chile” que fue curada por Justo Pastor Mellado.
En paralelo, y hasta el 16 de septiembre, en Lo Matta Cultural se da cuenta del aporte que este artista penquista hizo al Taller 99, una herencia que sigue vigente, en la muestra «Taller 99: correspondencias. Grabados en trayectoria».
Sobre estas exposiciones, sobre su trayectoria y su compromiso con la formación de las nuevas generaciones, y también sobre su infatigable actividad, con o sin pandemia, así como de la importancia que en su vida tiene la música, Radio Beethoven conversó con Eduardo Vilches, artista que el 12 de diciembre cumplirá 89 años de edad.
¿Qué le parece el diálogo entre autores más jóvenes y los grandes integrantes del Taller 99 que ofrece la muestra de Lo Matta Cultural?
«Es interesante ver esta relación que se podría establecer entre un grabador de un autor más antiguo, como yo, y gente nueva la cual no conozco».
Usted ha dicho que el Taller 99 fue una «escuela cultural» para usted. ¿Podría profundizar en ello, en la importancia que tuvo para usted?
«Lo que pasa es que yo conocí a Nemesio Antúnez el año 1958, en una escuela de verano en Concepción. Él ofrecía un curso de acuarela y yo lo tomé, y al finalizar el curso me convidó al Taller 99, tal como lo hizo con algunas otras personas, que resultaron ser bastantes conocidas después, como Pedro Millar, que es de la zona y fue compañero mío en el Liceo de Concepción, pero estaba en un curso paralelo así que yo no tenía contacto directo con él. Y también estaba Santos Chávez, al cual desconocía, y después fue un grabador bastante famoso aquí en Chile. Un grabador excelente, además. Y también Montserrat Palmer, que en esa época era estudiante de arquitectura y después se transformó en una excelente arquitecta y además tuvo fue decana en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica y dirigió Ediciones ARQ, una excelente editorial. Entonces Nemesio nos convidó y fuimos apareciendo de a poco en Santiago, fuimos llegando al Taller 99, que estaba en Guardia Vieja, donde ahora pasa la calle Nueva Providencia, calle que entonces no existía. La experiencia en ese lugar fue excelente, porque yo no conocía el medio artístico, estaba recién empezando y eso fue como una excelente introducción porque Nemesio era muy conocido, tenía muchos amigos que eran arquitectos, escritores y poetas; acudían al taller y de esa manera había un contacto con toda esa gente. Fue muy importante para mí».
¿Cómo fue que decidió dedicarse al arte?Usted ha contado en alguna entrevistas que comenzó a hacer clases para poder vivir, porque haciendo grabados era casi imposible sostener financieramente una familia.
«Sí, por supuesto. En realidad, cuando salí del colegio empecé a trabajar en una oficina comercial, o sea, no tenía nada que ver. No tenía bien definida la vocación, de manera que algo había que hacer, y estuve seis años hasta que al final casi reventé, porque no era lo que a mí me interesaba realmente, pero tampoco tenía muy claro qué tenía que hacer. A raíz de un compañero que me dijo ‘Mira, pero tú dibujabas muy bien en el colegio, ¿por qué no le muestras tus dibujos a la mamá de una amiga que tengo yo que es una señora que fue alumna en la Escuela de Bellas Artes en la época de Juan Francisco González?’. En fin, yo le mostré los dibujos y me dijo ‘Sí, tiene muchas condiciones, pero usted debería tomar clases’. Yo nunca había tomado clases de nada, había dibujado siempre por mi cuenta. Era autodidacta. Entonces ahí empezó esto por el dibujo, y después cuando se dio esta escuela de verano y conocí a Nemesio, entonces entré al taller 99, porque el grabado es primo hermano del dibujo. Es decir, para hacer un grabado hay que tener conocimientos de dibujo, de modo que ahí me fui enrielando».
Me encantó una declaración suya respecto de su visión de la docencia, porque entendí que para usted la libertad es fundamental en los estudiantes. Decía que la idea es que los estudiantes traten de hacer algo personal y que lo desarrollen de forma correcta, y que para eso estaba usted.
«Por supuesto. Lo que pasa es que, para mí, el arte es libertad. Sin libertad no se puede hacer arte. Por lo tanto en la escuela tiene que suceder una situación igual, es decir, evidentemente existen planes de estudio, pero dentro de esos planes el alumno tiene que tener libertad para poderse expresar de una manera personal. Y no es fácil, porque uno tiene que meterse en la cabeza de cada uno y todos tienen pensamientos completamente diferentes. Es bastante difícil, pero superable, en todo caso».
Ver que los alumnos se han desarrollado como artistas con un lenguaje propio, ¿es gratificante? ¿Lo es el hecho de ver cómo reconocen, todos, tan distintos entre sí, que usted fue un buen docente? ¿Cuál es la mayor satisfacción para usted de la docencia?
«Lo que pasa es que uno, como profesor, aprende mucho de los alumnos también. Y creo que eso es el beneficio mayor que uno tiene, porque son mundos completamente distintos, en los cuales uno tiene que entrar para poderlos guiar, y es complicado, uno tiene que salirse de su mundo y meterse en el mundo de ellos, y eso significa un esfuerzo, de modo que no es repetir cosas que están escritas de antemano, y que pueden ser aburridas pues».
Lo primero que hizo Eduardo Vilches fue dibujar; estudió con el gran muralista Gregorio de La Fuente. Trabajó algunos años en una oficina de contadores, y cuando ya se integró al Taller 99, siguió el camino del grabado, con un abundante trabajo en xilografía y serigrafía. Además, en cierto punto, entre fines de los años 60 e inicios de los 70, incorporó la fotografía, sometiéndola a la técnicas propias del grabado.
Su obra es sugerente en las formas y, al mismo tiempo, sintética en lo gráfico. Eduardo Vilches se define como artista gráfico, pues lo que le interesa son las formas. Sin embargo, todo su trabajo exhibe también una exploración del diálogo entre la forma y el color.
En 1961, después de haber estudiado en Yale con Sewell Sillman, discípulo del artista de la Bauhaus Josef Albers, con una beca Fulbright, se integró como ayudante de Roser Bru en su cátedra de Dibujo en la Escuela de Arte UC, sucediéndola después. Al año siguiente, en 1962, Eduardo Vilches creó el curso de Color en la UC, una innovación que tuvo un profundo impacto en la enseñanza de las artes visuales a nivel nacional.
Usted ha trabajado largamente en xilografía y en serigrafía, e incluyó la fotografía en cierto momento porque buscaba una conexión con la realidad, con la sociedad real. Como artista, ¿cómo se relaciona usted con los distintos recursos? ¿Está abierto a muchos recursos porque son una forma de expresión?
«Lo que pasa es que uno se expresa a través de imágenes. Entonces, las primeras imágenes que yo trabajé siempre han sido bastante simples, y para eso la xilografía era el recurso que estaba mucho más cerca de lo que yo quería hacer. En el Taller 99, en el comienzo, eran clases únicamente de grabado en metal, entonces hice grabado durante un tiempo, que no fue muy extenso, y después yo mismo compré un librito donde decía cómo hacer una xilografía. Que es súper fácil, porque es elemental, cualquiera lo puede hacer; las herramientas pueden ser un cuchillo, pueden ser gubias, y con eso entonces tallar un trozo cualquiera de madera, y después eso se imprime a mano, de modo que no necesitaba la presencia de una máquina que me hiciera las impresiones, sino que lo podía hacer yo en mi casa. Ahí trabajaba, porque uno se puede concentrar mejor cuando está solo. Continué yendo al taller porque tenía mis amigos, y al mismo tiempo, como quedé cesante después de renunciar al trabajo que tenía antes, ganaba algunos pesos haciendo ediciones, que es imprimir un grabado de otra persona, y hacer un determinado número de copias que tienen que ser todas iguales. Entonces le hice ediciones a Nemesio, a la Roser, a la Dinora, que era ayudante de Nemesio, y a algunas personas que iban al taller también, de modo que por ahí empezó el asunto. Los recursos son de acuerdo a la necesidad que uno tiene; la xilografía para mí era una cosa muy simple, con la cual uno logra efectos que son de planos, tal vez el grabado en metal es muy rico en texturas y tonalidades diferentes, entonces yo no tenía interés en ese lenguaje de manera que por eso lo dejé, y me dediqué a la xilografía y ahí me pasé a la serigrafía que es parecido en cuanto al resultado, porque se obtienen planos, y el problema es que la xilografía es difícil de imprimir porque eso se hace a mano, y a medida que iban creciendo los formatos, iba siendo mucho más difícil la impresión, porque los grandes planos hay que imprimirlos con mucho cuidado para que queden parejos, entonces la serigrafía era más fácil, la impresión de los planos. Entonces por esa razón me pasé a la serigrafía. Después la fotografía fue porque era un acercamiento a la realidad. La fotografía es la realidad tal cual, sin embargo, es una realidad que tiene que ser con algo de la persona que está mirándola. Entonces no es tan fácil tampoco, no se trata de reproducir las cosas tal cual como son, sino que tiene que haber una intención en la mirada y en el resultado. Entonces esa fue la razón por la cual yo me fui a la fotografía. Yo estaba haciendo grabados que siempre provinieron de la realidad del paisaje, de formas del paisaje, y se fueron abstrayendo cada vez más, entonces me fui alejando un poco del público, cosa que no es buena. Como esto es un lenguaje, uno dice algo a través, pero al mismo tiempo tiene que tener un interlocutor, y si le pone muchas dificultades a la persona que está viendo lo que uno hace, entonces quiere decir que no está muy bien pues. En ese momento, ya no dibujo más, no invento más cosas y empiezo a trabajar con la realidad. Además, me interesaba la realidad del momento».
¿Qué pasaba en esa época?
«Yo empecé a enseñar en la Universidad Católica en el año 1959, y después estuve en Estados Unidos un año por una beca, y regresé y continué enseñando. En esa época empezó a haber una inquietud en la universidad por proyectar la universidad al resto de la gente, no seguir con la universidad encerrada en sí misma. Y yo, con lo que estaba haciendo me estaba alejando en vez de acercarme. Ahí decidí usar la fotografía. El problema era qué hago en la fotografía para que no sea fome. Entonces a mí me siguió interesando la naturaleza de todas maneras, pero me empezó a interesar también el hombre en cuanto a lo que significa. Y en ese momento estaba esta inquietud en la universidad por proyectarla y por interesar a los alumnos también en los problemas de la realidad, y se produjo una manera de llegar a la gente a través de un programa de la Vicerrectoría de Comunicaciones de la universidad, a través de talleres o lo que fuera. Entonces un grupo de alumnos de una facultad iban con un profesor a un lugar periférico, a prestar un servicio, en el fondo. Fue algo muy interesante; había gente de Medicina que se preocupaba de los problemas de las enfermedades, cosas que son muy corrientes, y había un grupo de Derecho, porque había problemas legales también. En fin, siempre hay problemas en todas partes, en los cuales uno tiene que fijarse. Y al mismo tiempo, conocer esa realidad de la gente pobre, que en realidad no tienen medios para poder solucionar sus problemas con facilidad. Ésa fue una cosa muy interesante, porque yo ahí fue la primera vez que conocí lo que era la vida en una población marginal. Uno siempre oye, y lee en las publicaciones, que la gente pobre no tiene agua, que no tiene luz eléctrica, qué sé yo, pero cuando usted está en el lugar, es la única forma de realmente saber de qué se trata. Y me parece que era una manera muy interesante de acercar a los estudiantes a esa realidad, es decir, entender que el mundo no es solamente el sitio donde uno vive, sino que hay mucha gente que vive también de otra manera que es muy diferente, y que hay que conocerla».
Ese trabajo que usted menciona fue durante la Reforma Universitaria, a fines de los años 60, cuando hizo cursos de grabado para niños en la población Víctor Domingo Silva. Lo hizo por tres años seguidos, hasta el Golpe de 1973.
«Exactamente. Actualmente hay una exposición en el Centro Cultural Palacio de La Moneda, donde están los trabajos de esos niños que estuvieron en ese taller. Está muy bonito, está muy bien presentado. Vale la pena la exposición, es muy interesante. Es un proyecto de un curador muy inteligente que se llama Justo Pastor Mellado y que actualmente es agregado cultural de Chile en París».
Pensando que usted protagonizó esos años de cambio, en que las universidades se estaban conectando como nunca antes con una amplia sociedad, con otra realidad, ¿cómo ve el momento actual que vive Chile?
«Fíjese que mi mujer y yo tenemos mucha fe en la gente joven; mientras haya gente joven hay esperanza. Así que de todas maneras es esperanzador. Todo depende de como actúen nomás».
Su mujer es Alicia Vega (1931), investigadora del cine y profesora, cuyo Taller de Cine para Niños, labor que desarrolló en poblaciones marginales entre 1985 y 2005, fue retratado en el documental de Ignacio Agüero Cien niños esperando un tren.
Con la pandemia y el confinamiento, ¿ha podido seguir trabajando?
«¡Por supuesto! Mi mujer y yo seguimos activos, los dos. Ella trabajando en lo suyo y yo en lo mío. De todas maneras, el arte es la vida, de modo que todo continúa, de otro modo, con dificultades correspondientes, pero hay que superarlas. Y por eso creo que la juventud está viva y a ellos les corresponde ver cómo se las arreglan. No está escrito, sino que hay que trabajar para poder lograr cosas».
¿Cómo es su relación con la música?
«A mí siempre me interesó la música, y mi acercamiento se produjo de forma mucho más marcada cuando yo tenía que imprimir. Cuando tenía que imprimir era un proceso bien latoso, porque hay que estar con una cuchara azotando y frotando el reverso del papel que está contra la matriz, hasta que queda todo parejo, y aparece la imagen. Entonces, mientras hacía esto, yo escuchaba música. Ahí me entretenía, y se me hacía mucho más aliviado ese proceso que era un poco latero. No escuchaba música clásica, sino que escuchaba jazz, que me gusta mucho. Me gusta por esa cosa que tiene de improvisación, el hecho de que a raíz de un elemento se genera una cantidad de cosas. Eso también está en la música de Bach, que me gusta mucho. De cierto modo la improvisación tiene mucho que ver con eso, porque uno está improvisando con la imagen visual, pero en la música se improvisa con los sonidos y esa correspondencia es súper interesante, a mí siempre me ha llegado mucho».
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